Durante el año, y sobre todo en verano, muchas personas mayores deben cambiar su hogar para ser atendidos de forma alternativa por sus hijos o acudir a una residencia, es lo que se conoce como “abuelos golondrina”. Según los expertos, este cambio de lugar de residencia en los ancianos puede producirles problemas serios en su salud; es por ello que debemos conocer cómo afrontar esta situación para intentar minimizar las consecuencias.
Según la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), el 30% de las personas mayores de 65 años vive con sus hijos y de ellos, el 66% tiene algún grado de dependencia (el 37% presenta una dependencia leve, el 14% una dependencia moderada y el 15% tiene una dependencia grave). Además, el SEGG estima que el 0,6 % de estos mayores dependientes cambia con frecuencia de domicilio y el 2,8 % rota la casa de un hijo por la de otro, al menos una vez al año, sobre todo en vacaciones. Se está volviendo al modelo del «abuelo golondrina», el mayor que carece de residencia fija y se reparte su cuidado entre los hijos.
Consecuencias del cambio de hogar
- Limitación de autonomía. Al no ser su casa, sus cosas, el mayor se encuentra limitado para hacer lo que quiera o necesite. También se ve coartado a la hora de salir ya que la zona y los servicios no son los que él conoce.
- Falta de relaciones sociales. No permanece el tiempo suficiente como para crear nuevos lazos afectivos fuera de la familia y por ello disfrutan menos del ocio y el tiempo libre y se mantiene menos activos. Tiene problemas de adaptación y sentimiento de desarraigo.
- Carencia de espacio propio en la familia. Se ve como una carga y les cuesta integrarse en la unidad familiar y adaptarse a sus rutinas lo que conlleva falta de rol familiar. Baja autoestima, ansiedad y depresión
- Reducción de la calidad médica. Al cambiar de hogar, los mayores deben acudir a otro centro de salud donde son atendidos por otros médicos que desconocen sus patologías y tratamientos. Se pierde el seguimiento y los nuevos facultativos desconocen al enfermo. Esto conlleva además para el anciano desconfianza y ansiedad que influye directamente en su calidad de vida.
- Sentimiento de abandono. Al no compartir las experiencias con la misma familia se siente excluido y desanimado.
- Falta de cuidados. Al cambiar la persona que toma el rol de cuidador puede que no conozca las necesidades del mayor o que se sienta sobrepasado por la situación y esto repercute en los cuidados que necesita.
Pautas para reducir las consecuencias del cambio de hogar
- Respeto a sus costumbres y continuidad en sus rutinas. Para que mantenga su independencia y autonomía hay que procurar que siga sus hábitos en la medida de lo posible. Para ello, hay que establecer y respectar el periodo de adaptación a la nueva situación, para que pueda habituarse a la casa y a la familia.
- Largas estancias. Se deben alargar las estancias el máximo tiempo posible para que no se produzcan muchos cambios en poco tiempo.
- Ayuda a su integración. Habilitarle un espacio donde el mayor se sienta cómodo, con autonomía y privacidad pero sin sentirse aislado.
- Informe médico. El anciano debe llevar consigo un informe donde se detallen sus enfermedades, la medicación que toma así como las revisiones que necesita. De esta forma, los profesionales médicos disponen de toda la información para actuar en consecuencia y aportamos seguridad y tranquilidad al mayor.
- Buena coordinación entre familiares. Intentar que haya comunicación fluida entre las diferentes familias y se incluya al anciano en la toma de decisiones así como en todas las actividades familiares que su salud le permita.
- Cuidadores profesionales. Para no sobrecargar de trabajo a ningún familiar es muy buena opción contar con la ayuda de cuidadores de mayores profesionales que se encargan de dar respuesta a todas las necesidades del mayor y ayudan a las familias a conciliar.
Ser pacientes, cariñosos y atentos, ayudará al mayor a integrarse y a que los inevitables desplazamientos de hogar se realicen de la mejor manera posible.